Conozco la sonrisa brillante de las mañanas, las tardes melladas, las desdentadas noches.
Se del aullar de gigantes en lumbres de aspa de molino, se del letargo de los sentidos entre el estruendo de monedas, se del néctar de las bocas y de su aliento en la nuca, se de las palabras inútiles como bolitas de humo, y de camas deshechas como lienzos desflorados, se de los bordes cortantes del canto herido, se de su demencial cordura.
Desconozco, sin embargo, ese rostro; vagamente familiar, que me mira a cada instante desde el espejo.